
Terminamos un año extraordinario, con una macro en punto álgido, con la mayoria de activos cerrando curso con rendimientos acumulados más que aceptables y sin apenas volatilidad. Parece difícilmente repetible.
Creemos firmemente que no se debe predecir. Es mucho más productivo dedicar los esfuerzos a entender bien el entorno y a adaptar las carteras adecuadamente. Es crítico tenerlas preparadas para lo que no podemos anticipar, mucho más que para lo que creamos que vaya a pasar. Sin embargo, es tradición navideña que todos los que nos dedicamos a los mercados intentemos pronosticar lo que nos deparará el curso entrante, a ver si acertamos y nos dan el título de pitonisa del año. Los estrategas suelen anticipar más de lo mismo, y no iba a ser la excepción esta vez. Si hacen caso del consenso (de la opinión media), el 2018 mínimo va a empezar como terminó el 2017. Puede ser. O puede que no. Peter Lynch, uno de los mejores inversores de la historia, decía que, a efectos de adivinar el futuro, "si todos los economistas se tumbaran el uno al lado de otro, no sería mala cosa".
Sin inflación, los bancos centrales nos regalan políticas monetarias aún extraordinariamente laxas y se pueden permitir retirarlas solo gradualmente
El entorno ciertamente sigue siendo muy propicio para los mercados, que podrían seguir repartiendo alegrías como los Reyes Magos. La economía es de una solidez insospechada hace unos meses. Hay que remontarse años, si no décadas, para encontrar datos parejos a los actuales en muchas de las métricas. Sin inflación, los bancos centrales nos regalan políticas monetarias aún extraordinariamente laxas, y se pueden permitir retirarlas solo gradualmente. Sin tipos de interés de referencia atractivos, los inversores, que rara vez saben estarse quietos, buscan extraer hasta el último resquicio de rentabilidad de cada rincón de los mercados.
Los activos financieros descuentan en todo momento las expectativas de los inversores. Debemos preguntarnos pues, qué puede sorprender a los inversores y en qué dirección
Pero todo lo anterior ya está en precio, y las valoraciones de renta variable y renta fija no convivirían nada bien con escenarios distintos. Teóricamente, los activos financieros descuentan en todo momento las expectativas de los inversores. Debemos preguntarnos pues, qué puede sorprender a los inversores y en qué dirección. La verdad es que no es fácil imaginar qué podría salir mejor. Sin embargo, y sin pensar en lo peor, creemos que hay varios factores críticos que monitorizar que podrían complicarles la vida a los mercados, siendo el principal de ellos la inflación. Es la pieza sobre la que se sostienen todas las demás. Si repunta, podría forzar a bancos centrales a ser un poco menos amables o –aún peor– se podrían disparar los tipos de interés a los que cotizan las emisiones gubernamentales a largo plazo. Lo anterior podría provocar un efecto dominó dentro y fuera de la renta fija, dado que los precios de muchos activos han subido más por comparación con los tipos cero que por los propios fundamentales.
Si la inflación repunta podría forzar a bancos centrales a ser un poco menos amables
Mientras los fundamentales sigan sólidos, que creemos que será el caso, intentaremos aprovecharlo pero invirtiendo a medio gas. Solo con que incremente la volatilidad (en niveles sin precedentes) se pueden dar oportunidades interesantes para comprar, que únicamente podremos aprovechar si tenemos el espacio en las carteras.