25 de Abril 2018
Polvareda

Las bolsas tuvieron uno de los mejores inicios de año en mucho tiempo. Los inversores se habían acostumbrado a un entorno de nula volatilidad en los activos financieros, que no hacían más que subir. Nadie advertía ningún peligro y el posicionamiento era unánime (diversos indicadores de tolerancia al riesgo marcaban récords no vistos en décadas). Ese exceso de optimismo era el caldo de cultivo perfecto para lo que nos vendría después. Tarde o temprano todos los excesos terminan por sucumbir a la gravedad. Efectivamente, los dos meses posteriores han revertido las ganancias acumuladas en enero y nos han devuelto la volatilidad a niveles mucho más habituales (lo anterior distaba de ser normal). 

Las bolsas tuvieron uno de los mejores inicios de año en mucho tiempo. Ese exceso de optimismo era el caldo de cultivo perfecto para lo que nos vendría después. 

Afortunadamente, más que los cambios en los estados de ánimo de los inversores, nos debe preocupar mucho más el de los fundamentales. Y ahí el diagnóstico sigue siendo excelente. El entorno económico es magnífico a nivel global (es la primera recuperación sincronizada en prácticamente todo el mundo desde 2010, con indicadores macro que en algunos casos no se habían visto en décadas). Los beneficios empresariales son muy sólidos. Y si bien se advierte un cambio de tono en los bancos centrales, es algo tan extremadamente gradual que no supone ningún obstáculo para los mercados financieros. Lo anterior, combinado con las caídas acumuladas en lo que llevamos de año, significa que podemos comprar los mismos fundamentales a mejores precios. Buenas noticias. 

En el entorno económico, es la primera recuperación sincronizada en prácticamente todo el mundo desde 2010, con indicadores macro que en algunos casos no se habían visto en décadas.

Por supuesto, es necesario un punto de valentía. Los que venden no suelen querer regalar dinero. Lo hacen porque participan de una preocupación generalizada de la que solo nos debemos intentar aprovechar si tenemos un veredicto distinto. Mientras escribimos, predomina el miedo a que se desate una guerra comercial entre EE. UU. y China. Por sentido común uno debería apostar a que lo anterior no sucederá, puesto que ambas partes se autolesionan gravemente (no hay ganador posible en semejante combate).

Claro que es difícil detectar grandes dosis de sentido común en la incontinencia verbal del presidente americano, pero un análisis más desapasionado arroja conclusiones distintas. Para empezar, Trump parece tener la costumbre de iniciar las negociaciones como un elefante en una cacharrería –con mucho ruido y de forma amenazante– para luego rebajar el tono de forma considerable. Sirvan de ejemplos las exenciones de los aranceles a sus socios del NAFTA (el mismo que promete romper en pedazos a golpe de tuit), o que próximamente se va a sentar a charlar con su homólogo en Corea del Norte después de que ambos se prometiesen destrucción mutua. Súmenle a eso que los aranceles anunciados lo son en muchos casos sobre productos de empresas americanas manufacturados en China, con lo que la resistencia interna a las medidas promete ser ardua.

China tampoco ha entrado al trapo, muy probablemente porque sabe que deberá hacer alguna concesión de la que Trump pueda alardear delante de su electorado, pues no olviden que en noviembre tenemos unas elecciones en EE. UU. en las que se renuevan la mitad de los escaños. Adornado de más o menos ruido intermedio, creemos que ese es el escenario más probable. Cuando la polvareda que ha levantado Trump se aposente, los inversores no verán otra cosa que sólidos beneficios empresariales y buena macro. Lo que no verán serán los precios que hay ahora: aprovéchenlos. 

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David Macià, CFA®
Director de Inversiones y Estrategia de Mercados de Crèdit Andorrà Asset Management

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Análisis / Informe trimestral