10 de Octubre 2022
El alcance real de una crisis latente

Después de la «burbuja» del verano, en teoría ya estamos instalados en un nuevo otoño caliente y a las puertas de una crisis económica provocada, entre otros, por el significativo aumento de los precios de la energía y la inflación. Una crisis anunciada desde hace meses, pero sin que seamos capaces de dilucidar, por el momento, ni su profundidad ni su alcance.

Es cierto que la economía es cíclica y que después de períodos de bonanza llegan otros de crisis. Y al revés. Esto es a lo que estábamos acostumbrados.

Hoy en día existen variables geopolíticas que influyen directamente sobre la economía y que nos ponen mucho más difícil prever sus variables.

El conflicto entre Rusia y Occidente por la invasión rusa de Ucrania –y la incertidumbre por su final– supone una nueva perturbación económica a escala global y un serio varapalo al crecimiento. La inflación desbocada se ha convertido en otro duro obstáculo después de las dos crisis con las que ha colisionado el sistema en tan solo dos años: una de raíz sanitaria –una pandemia que ha ocasionado una caída de la actividad económica sin precedentes en la historia reciente– y otra, recién nacida, de origen bélico.

El aumento de la tarifa energética –petróleo y gas– es una pésima noticia para la economía europea, porque repercute directamente sobre el poder adquisitivo de las familias y, por tanto, en su consumo. Es verdad que la inflación tiende a ser más elevada en períodos de repunte del crecimiento y de recuperación de la demanda, escenario que se vislumbraba hace unos meses. Pero la continuada subida de los precios de la energía y ahora de los tipos de interés se convierte en una clara amenaza para el crecimiento, por su impacto real en los ingresos de los consumidores, que ven erosionado su poder adquisitivo, lo que se reflejará en una desaceleración del consumo privado.

Nunca he sido pesimista ante las crisis. Soy de los que creen que suponen un reto y una oportunidad y que debemos tomar medidas para procurar salir fortalecidos de ellas. El Principado de Andorra es el mejor ejemplo que conozco. En muy pocos años, el país ha tenido que asumir múltiples retos, y su sistema bancario también. Ha hecho lo que debía homologando sus prácticas con Europa, y ha visto como oportunidad abrirse al mundo y expandirse internacionalmente. Un país como Andorra ha sabido fomentar la actividad económica, atrayendo inversores e impulsando la colaboración público-privada en un entorno de baja presión fiscal, indispensable hoy día para resultar atractivos para la implantación de negocios.

Hoy estamos en mejor posición y más preparados que antes de la crisis de 2008-2010. Es verdad que al país le quedan muchas tareas por cumplir, como por ejemplo replantear su modelo turístico, para orientarlo más a la calidad que a la cantidad. Y hacerlo sostenible todo el año, con la nieve y las montañas como piedra angular. Queda mucho camino por recorrer. 

Para superar esta crisis energética, deberemos avanzar hacia un sistema distinto al actual, que garantice aspectos de seguridad, igualdad y sostenibilidad. Y que, en especial, haga recuperar la confianza a los consumidores. El indicador europeo de referencia en esta materia, que elabora la Comisión Europea, ha mostrado este año su segundo mayor retroceso de la serie histórica –que comenzó en 1986–, solo superado por el registrado al inicio de la pandemia. La confianza es un valor a la baja desde hace tiempo, en muchos niveles, y todos debemos hacer esfuerzos para recuperarla.

Artículo publicado en el suplemento «Dinero» de La Vanguardia, el 9 de octubre de 2022.

 

Xavier Cornella Castel
Consejero delegado Crèdit Andorrà Financial Group

ETIQUETAS

Análisis / Economía / Macro