Una y otra vez en estas páginas hemos comentado que el precio de las materias primas es un fiel reflejo de la ley de la oferta y la demanda. Es cierto que nos inundan de titulares sobre factores que puedan influir sobre el precio de las materias primas, pero la realidad es que al final lo que prepondera es la oferta disponible y la demanda de las mismas.

Esto es lo que explica que el precio del gas esté subiendo en línea recta (por oferta reducida) o también que los precios del petróleo llegasen a cotizar en negativo -sí, ¡en negativo!- el año pasado, cuando medio mundo estaba confinado (no había demanda). Además, en estos mercados la sensibilidad del precio a los pequeños cambios de la oferta o la demanda es muy grande.

La reducción de la inversión en el suministro de combustibles fósiles, en parte como resultado de políticas para paliar el cambio climático, ha actuado como un lastre para la oferta. Al mismo tiempo, la demanda se ha incrementado como resultado de la reapertura económica tras la pandemia. De este modo, se estima que los mercados energéticos globales están operando con reservas limitadas.

Entonces, ¿puede repetirse un episodio como el de los años 70 del siglo pasado, en el que los precios de la energía se multiplicaron por cuatro y llevaron a una inflación desbocada? Lo normal es que la situación se alivie en las próximas semanas. A medio plazo, algunos mercados a nivel global estarán más ajustados en comparación con años recientes, pero la situación ahora no tiene nada que ver.

Las economías desarrolladas tienen alrededor de un tercio de intensidad energética que tenían a principios de la década de 1970. Además, existen alternativas, es decir, otras fuentes de energía, incluidas las nucleares y renovables. Por otro lado, los países productores pueden incrementar la oferta más fácilmente hoy en día. Eso sí, en este proceso algún susto por el camino que sea portada de periódico sí tiene cabida.